miércoles, 30 de octubre de 2013

  
JUAN NADIE Y EL 15-M (II):
 
César Platas Brunetti
 
            ¿Dónde estábamos? ¡Ah!, si… llevaba más de año sin escribir porque la acción me había absorbido. En este tiempo me han preguntado si no habría segunda parte de “Juan Nadie y el 15-M”. Aunque segundas partes nunca fueron buenas y ha llovido mucho desde entonces y estoy algo “oxidado”, me he decidido y aquí va.
 
Una de las características de la “Spanish Revolution” era la increíble variedad de sus participantes. Gentes de todos los colores, sexos y edades. Pasados un par de años de esa explosión de vida, algunos han quedado al margen y otros han desaparecido. Estos últimos eran antiguos guerreros que lucharon en pretéritas batallas para logar libertades básicas (al menos así las consideramos ahora, en su tiempo no eran tan evidentes). Recuerdo al recientemente desaparecido José Luis Sampedro; a Stéphane Hessel, que tanto conmovió con su “¡Indignaos!” (si bien no era de aquí fue adoptado por su ideario); y muchos otros.

Como vaticiné, el Juan Nadie del 15-M todavía no tiene rostro humano. No pertenezco al movimiento del 15-M y creo que nadie ha pertenecido (ni pertenece) realmente a él, porque ha sido una manifestación espontánea de algo latente en la sociedad; como diría el psicólogo Carl Jung, sería una manifestación del Inconciente Colectivo que se estaba reactualizando una vez más. Cuando esto ocurre, es más bien el hombre quien pertenece a la ola y no a la inversa. Muchos de los que sintieron ese despertar ahora participan en movimientos con nombre y apellido (por ejemplo el PAH -Plataforma de los Afectados por las Hipotecas), dedicándose a solucionar problemas concretos atisbados en las reflexiones surgidas al calor del 15-M.
 
 También el espíritu del movimiento se ha transformado. De la indignación inicial pasamos al “Cabreo Sordo”. No sé quien acuñó la frase, pero me parece bastante gráfica; incluso más gráfica es la aclaración, que en son de broma, daba un amigo de ella: Sordera de los políticos y cabreo de la gente. Somos habitantes del viejo continente y como tales, al igual que las personas mayores, tenemos miedo al cambio. La incertidumbre nos da pavor. Nos gusta atrincherarnos en nuestra zona de confort y, aunque éste haya desaparecido hace tiempo, seguimos pensando: “virgencita, que me quede como esté”. Pero la rabia es una emoción fuerte y potente que puede obnubilar al miedo (sobre todo si ha sido utilizado con harta frecuencia por el demagogo de turno); si esto ocurre, para las próximas elecciones (o incluso antes), barrunto un cambio significativo en nuestra sociedad.
 
A día de hoy los políticos y los mercados están pendientes de los resultados de las pruebas a los bancos españoles. Las famosas pruebas de “estrés bancario… a mi me gustaría que compararan ese estrés con el del padre de familia que tiene una hipoteca, estando en paro desde hace 1 ó 2 años y después hablamos de lo que es realmente estrés. Alguna voz pública tímidamente comienza a decir: “…ya se ha ayudado a los bancos y ahora le toca a los ciudadanos”. ¡Ya era hora! Cuántos más suicidios por desahucio puede permitirse nuestra conciencia antes de reaccionar, cuántas veces vamos a dejar que metan las manos en nuestros bolsillos para robarnos los ahorros de toda la vida o nuestro futuro dependiente de una pensión digna (mientras los políticos rebajan todas las pensiones menos las suyas). Entre tanto, varias ONG tienen que multiplicar sus esfuerzos para paliar los desaguisados de mercados insaciables y políticos negligentes que no realizan correctamente su trabajo.

            No pretendo humanizar a banqueros y/o políticos, simplemente apelo a su instinto de supervivencia (creo que es más práctico). Deben entender que no lograremos nada hasta que, quienes deben hacerlo, se hagan cargo de las más básicas necesidades humanas. Estas necesidades surgen meridianamente a la razón a través de una visión más global de la vida y no una tan limitante como la actual. Desde el punto de vista ecológico sabemos que el destino humano está ligado al planeta tierra y que si nos lo cargamos no hay futuro posible. Pues lo mismo ocurre si, por atender a mezquinos intereses económicos o partidarios, nos llevamos por delante a las personas que componen esta sociedad. Como alguien decía: si hago daño a la más pequeña de las criaturas me hago daño a mí mismo. Dicho de un modo más sencillo, y para que  nadie se llame a engaño:

“O NOS SALVAMOS TODOS O NO SE SALVA NADIE”.

            Por esto digo: Juan Nadie cabalga de nuevo.
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